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ienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7).
La misericordia es otra de las vías para
alcanzar la felicidad.
Jesús afirmó que los felices de este
mundo son los que en la práctica hacen misericordia con su prójimo, perdonan,
ayudan, liberan, sanan y se compadecen. Son esta clase de personas los que logran
alcanzar la misericordia divina y por ende la experiencia de la felicidad.
Un hombre o una mujer que vive en
misericordia no será condenado según la enseñanza bíblica, puede estar seguro
que la misericordia le acompañará todos los días de su vida.
El hombre recibe según lo que da, cosecha según lo que siembra.
Si algún día alguien que hizo
misericordia a sus semejantes tiene que sentarse en el banquillo de los
acusados, la ley de la reciprocidad obrará a su favor y será liberado, pues el
misericordioso podrá disfrutar de la experiencia del perdón por cuanto él también
perdonó, gozará de esta manera del favor de Dios y de los hombres.
El rey David en el Salmos 23:6 dijo:
“Ciertamente el bien y la misericordia
me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos
días”.
David era un hombre de misericordia.
Cuántas veces perdonó la vida del rey Saúl que lo buscaba para matarlo. Perdonó
también a Nabal cuando éste merecía la muerte por su insensatez hacia él.
Dios habló de David que era un hombre
conforme a su corazón. Creo que la razón de esto es porque su corazón era misericordioso
como la de Él.
La misericordia triunfa sobre todo
juicio. Santiago el apóstol nos dice en su carta:
“porque juicio sin misericordia se hará
con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el
juicio”, Santiago 2:13.
Del mismo modo en el libro de Lamentaciones
3: 22-23 del Antiguo Testamento dice:
“Por la misericordia de Jehová no hemos
consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana;
grande es tu fidelidad”.
El hombre que está sufriendo de una
grave enfermedad lo que anhela en lo profundo de su ser es poder ser alcanzado
por la misericordia para no ser consumido por su mal.
Llega un momento en la vida en que la
misericordia se valora más que el dinero, o las posesiones.
El hombre en su estado agobiante llega a
tomar conciencia que lo único que puede salvar su vida y su alma y perdonar sus
pecados es la misericordia.
Esta promesa del libro de Lamentaciones
asegura que la misericordia del Dios eterno nunca se agota, es algo que se
renueva cada mañana como el sol que desde temprano sale y nos bendice con su
luz y calor.
La metáfora de la
vasija
Un día un maestro estaba buscando una
vasija para usar y en el estante había muchas ¿Cuál escogería?
Llévame, gritó la dorada. “Soy
brillante, tengo un gran valor y todo lo que hago, lo hago bien; mi belleza y
mi brillo sobrepasa al resto y para alguien como tú, Maestro, el oro sería lo
mejor”.
El maestro pasó sin pronunciar palabra;
él vio una plateada, angosta y alta; “Yo te sirvo amado Maestro,
vertería tu vino y estaría en tu mesa cada vez que comieras; mis líneas son
agraciadas y mis esculturas son originales, y la plata te alabaría para siempre”.
Sin prestar atención el Maestro caminó
hacia la de bronce, era superficial, con una boca ancha y brillaba como un
espejo: “Aquí... Aquí” grito la vasija. “Sé que te seré útil, colócame en tu
mesa donde todos me vean”.
“Mírame” gritó una copa de cristal muy
limpia. “Mi transparencia muestra mi contenido claramente, soy frágil y te
serviré con orgullo y se con seguridad que seré feliz de morar en tu casa”.
Vino el maestro seguidamente hacia la
vasija de madera, sólidamente pulida y tallada: “Me puedes usar Maestro amado,
pero úsame para las frutas dulces y no para el insípido pan”.
Luego el Maestro miró hacia abajo y fijó
sus ojos en una vasija de barro, vacía, quebrantada y destruida, ninguna
esperanza tenía la vasija de que el Maestro la pudiera escoger para depurarla y
volverla a formar, para llenarla y usarla.
“Ah, esta es la vasija que he deseado
encontrar, la restauraré y la usaré, la haré toda mía”. “No necesito la vasija
que se enorgullezca de sí misma, ni la que se luzca en el estante, ni la de
boca ancha, ruidosa y superficial, ni la que demuestre su contenido con
orgullo, ni la que piensa que todo lo puede hacer correctamente, pero si esta
sencilla llena de mi fuerza y de mi poder”.
Cuidadosamente el Maestro levantó la
vasija de barro; la restauró y purificó y la llenó en ese día, le habló
tiernamente diciéndole: “Tienes mucho que hacer, solamente viértete en otros
como yo me he vertido en ti”.
Nosotros somos para el Maestro esa
vasija de barro, a quién le llenó de su misericordia y la restauró para que de
igual modo hagamos lo mismo a otros.
La misericordia hace posible que podamos
amar a nuestros semejantes, amigos y enemigos
así como bendecir y orar por aquellos que puedan maldecirnos.
Jorge Arévalo
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