En nuestra sociedad, la lujuria ha sido correctamente identificada como un apetito sexual desbordado, carente de control y desprovisto de cualquier moralidad. Este deseo desmesurado no solo conduce a conductas compulsivas como la adicción al sexo, sino que se manifiesta en una amplia gama de comportamientos perversos, desde el consumo de pornografía hasta prácticas tan deplorables como la prostitución, el voyeurismo y, en casos extremos, la violencia sexual y el homicidio. Más allá del placer inmediato: Es fundamental comprender que la lujuria no se limita a un simple deseo carnal. Tal como lo vislumbraba Dante Alighieri, en su esencia, la lujuria representa una idolatría del placer, una exaltación del deseo propio por encima de cualquier otro valor, incluyendo la relación con Dios. Al priorizar el placer inmediato y desmedido, el individuo lujurioso coloca a sus pasiones en un pedestal, relegando a Dios a un segundo plano. Un desafío a la ley divina: Este desequilibrio e