Cada vez que visito una ciudad
lo primero que observo es la calidad de su limpieza en las calles, de las
paredes de sus casas, edificios, playas y ríos. Llama la atención una ciudad
que tiene desperdicios regados en las vías, excremento de mascotas y perros
callejeros amontonados en veredas y parques. Todo eso te dice respecto de un valor
importante de sus habitantes y es el valor de la limpieza.
En mis viajes misioneros a la Amazonía
compruebo el estado en que viven los pobladores de algunos caseríos, ellos literalmente
duermen al lado de la basura y al parecer no les fastidia a pesar de la
cantidad de moscas rondando por su lado. No es de sorprender las enfermedades e infecciones a que son sometidos sus niños.
He encontrado a muchos de ellos con enfermedades en los oídos, con el dengue y
la malaria. ¿Qué hacemos?
Aunque es cierto que la
responsabilidad número 1 de la limpieza pública corresponde a las autoridades
políticas elegidas que tienen un presupuesto del pueblo asignado para el recojo
diario de los desechos también es cierto que habría que incidir en la cultura
misma del poblador ya que de no tirar los desperdicios a la calle, de no sacar
las bolsas de basura fuera de la hora programada del pase de los recolectores, el problema sería
mitigado.
La sensibilización es importante.
Un pueblo sin cultura de higiene y aseo debe ser sensibilizado desde el
interior de sus hogares. Los padres deben acostumbrar a sus hijos a poner los
desperdicios en los tachos, mantener limpia la casa, que todos estén bañados y
frescos, el cuarto en orden y la cama tendida. No deben existir excusas para el
perezoso ni para el hijo de temperamento sanguíneo. La casa debe estar limpia y
en orden. Por ahí comienza el éxito de la educación de un pueblo.
Es loable la acción de algunas
organizaciones que incentivan al voluntariado de niños y adolescentes a limpiar
sus calles, sus ríos y playas. Yo mismo lo hice muchas veces con un
voluntariado escolar de mi distrito llevándoles a la playa a recoger la basura
plástica y otros contaminantes del mar. Asimismo
estoy observando en este tiempo a algunos de entre la población que han tomado conciencia
de este problema y organizan su voluntariado y en coordinación con sus
autoridades municipales están saliendo a limpiar las zonas más sucias de su
distrito a punta de escobas, recogedores y baldes de agua.
El que una persona limpie lo de
fuera es un reflejo de su limpieza por dentro, de su alma. Cuando existe pureza
interior existe también pureza externa. Esto es importante. Si deseamos ver una
ciudad limpia y en el que todos somos responsables por mantenerla así, se deberá
dar prioridad al desarrollo de la espiritualidad de sus habitantes. Este
trabajo de mantener la pureza del alma aunque es exclusivo de la iglesia debe
ser propio de las personas. Cada uno como un sacerdote espiritual ante Dios debe
cuidar su santidad interior, esto se verá reflejado en lo externo, cuando la
persona lleva una vida limpia, ordenada, productiva y sin vicios.
La promesa del evangelio es:
“Bienaventurado los de limpio
corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5: 8)
Qué grande promesa es esta,
ver a Dios en todas partes, en el mar turbulento de la vida, en las agonías del
cuerpo enfermo, en el hambre, el peligro, y aún en las pequeñas cosas de la vida
como verlo en la sonrisa de un niño y lo que es aún más edificante: escuchar el
silbido de su voz que nos habla en su Palabra y en medio del viento recio. Eso sí
que es bendición.
Limpieza, es una valor clave de
países ricos. Y debe ser un valor fundamental de desarrollo de nuestros pueblos
en situación de pobreza y que nos permitirá edificar para prosperidad.
Jorge Arévalo
EL VALOR DE LA LIMPIEZA
Serie: VALORES PARA EL DESARROLLO
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