Quiero hacer memoria de Paul
Willians, un misionero cristiano que llegó a Iquitos por el año 1988, con el
propósito de enseñar en la escuela bíblica de la iglesia Remanente de Dios,
luego denominado Misión Visión Amazónica. En ese entonces tenía 18 años y era
uno de los alumnos más jóvenes de la Escuela.
Tengo aún vivo el recuerdo de cada profesor venido del extranjero para enseñarnos, pero a mi juicio uno destacó e impactó más que todos y ese fue Paul Willians. Con una fe sencilla nos mostró que la Palabra de Dios tiene el poder de hacer realidad lo que ella dice.
Vi al hermano Paul imponer manos sobre los enfermos y sanarlos en la autoridad del nombre de nuestro señor Jesucristo. Entre las personas por quienes oraba se encontraban los que tenían lesiones y enfermedades de la columna vertebral a los que hacía sentar en una silla y medir las piernas, por lo general desiguales en tamaño, una más corta que la otra y con una orden explícita mandaba a la más corta crecer e igualarse a la otra. Y esto es lo que sucedía, acompañado de un sonido como de crack, crack, crack veíamos a la pierna estirarse e igualarse con su par. ¡Milagro¡ Sí. ¡El poder de la palabra hablada¡ sí. ¡El poder real del nombre de Jesús¡ sí. Estos hechos a los estudiantes como yo nos hacía arder el espíritu y encender una pasión por predicar el poder de Jesucristo a la gente.
No había lugar para los escepticismos, la duda era eliminada de nuestras mentes, la experiencia de los que fuimos testigos transformaría nuestra manera de seguir la fe evangélica, no como una práctica religiosa casi ritualista, sino como una llama viva que contagiaba a otros de amor por el Dios Creador.
Dios usaba a Paul poderosamente, en otra ocasión vi imponer sus manos sobre una persona que tenía un tumor muy visible en el rostro y desaparecer al instante, lo mismo de otro que lo tenía en la barriga como un bulto.
Fue en una noche de campaña de sanación organizada por la iglesia en el auditorio del colegio Sagrado Corazón que literalmente vi grandes milagros suceder, personas con parálisis en las piernas dejaban las muletas y empezaban a caminar, otras que vinieron en sillas de ruedas prescindieron de ellas. Y muchos endemoniados con manifestaciones horribles hasta uno que levitaba quedaron liberados.
Esa impresión recibida por un hombre que le cree a Dios con una fe sencilla y literal en la Palabra encendió mi amor por Jesús e hizo que entregara toda mi juventud al servicio de su causa. Ese impacto aún me es como un ancla en el alma que afirma mi fe para cualquier circunstancia.
Luego de muchos años visito a este hombre, padre ministerial de muchos, en su casa de Oklahoma, Estados Unidos. Me alegra mucho verlo aún con el fuego del Espíritu Santo encendido en su corazón. Tiene una familia maravillosa, y fuerzas como de joven, maneja carro a grandes distancias (ayer me llevó un paseo de un estado a otro). Es humilde y juguetón. Pero aún conserva esa forma de hablar firme como el de los antiguos reyes cuando emitían órdenes y con el que él hacía temblar a los demonios y ordenaba con autoridad a los cuerpos sanar.
El hermano Paul continúa siendo una bendición para muchos en la hermosa ciudad de Grove, ubicada en el estado de Delaware en que vive. Es el pastor y referente para muchas mujeres y familias estadounidenses que dan su vida al servicio del Señor.
Es un privilegio ser recibido por él y su familia por unos días y haber compartido una reflexión al grupo que él y su esposa Jeanne ministran.
Tengo aún vivo el recuerdo de cada profesor venido del extranjero para enseñarnos, pero a mi juicio uno destacó e impactó más que todos y ese fue Paul Willians. Con una fe sencilla nos mostró que la Palabra de Dios tiene el poder de hacer realidad lo que ella dice.
Vi al hermano Paul imponer manos sobre los enfermos y sanarlos en la autoridad del nombre de nuestro señor Jesucristo. Entre las personas por quienes oraba se encontraban los que tenían lesiones y enfermedades de la columna vertebral a los que hacía sentar en una silla y medir las piernas, por lo general desiguales en tamaño, una más corta que la otra y con una orden explícita mandaba a la más corta crecer e igualarse a la otra. Y esto es lo que sucedía, acompañado de un sonido como de crack, crack, crack veíamos a la pierna estirarse e igualarse con su par. ¡Milagro¡ Sí. ¡El poder de la palabra hablada¡ sí. ¡El poder real del nombre de Jesús¡ sí. Estos hechos a los estudiantes como yo nos hacía arder el espíritu y encender una pasión por predicar el poder de Jesucristo a la gente.
No había lugar para los escepticismos, la duda era eliminada de nuestras mentes, la experiencia de los que fuimos testigos transformaría nuestra manera de seguir la fe evangélica, no como una práctica religiosa casi ritualista, sino como una llama viva que contagiaba a otros de amor por el Dios Creador.
Dios usaba a Paul poderosamente, en otra ocasión vi imponer sus manos sobre una persona que tenía un tumor muy visible en el rostro y desaparecer al instante, lo mismo de otro que lo tenía en la barriga como un bulto.
Fue en una noche de campaña de sanación organizada por la iglesia en el auditorio del colegio Sagrado Corazón que literalmente vi grandes milagros suceder, personas con parálisis en las piernas dejaban las muletas y empezaban a caminar, otras que vinieron en sillas de ruedas prescindieron de ellas. Y muchos endemoniados con manifestaciones horribles hasta uno que levitaba quedaron liberados.
Esa impresión recibida por un hombre que le cree a Dios con una fe sencilla y literal en la Palabra encendió mi amor por Jesús e hizo que entregara toda mi juventud al servicio de su causa. Ese impacto aún me es como un ancla en el alma que afirma mi fe para cualquier circunstancia.
Luego de muchos años visito a este hombre, padre ministerial de muchos, en su casa de Oklahoma, Estados Unidos. Me alegra mucho verlo aún con el fuego del Espíritu Santo encendido en su corazón. Tiene una familia maravillosa, y fuerzas como de joven, maneja carro a grandes distancias (ayer me llevó un paseo de un estado a otro). Es humilde y juguetón. Pero aún conserva esa forma de hablar firme como el de los antiguos reyes cuando emitían órdenes y con el que él hacía temblar a los demonios y ordenaba con autoridad a los cuerpos sanar.
El hermano Paul continúa siendo una bendición para muchos en la hermosa ciudad de Grove, ubicada en el estado de Delaware en que vive. Es el pastor y referente para muchas mujeres y familias estadounidenses que dan su vida al servicio del Señor.
Es un privilegio ser recibido por él y su familia por unos días y haber compartido una reflexión al grupo que él y su esposa Jeanne ministran.
Gracias Dios por Paul
Willians.
Jorge Arévalo
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