miércoles, 5 de febrero de 2020

LA BENDICIÓN DE LAS LÁGRIMAS



“B

ienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5: 4).


Jesús enseñó que el llorar trae consigo una bienaventuranza. Recuerdo de niño oír a mi padre decir: “los hombres no lloran”, un típico estereotipo machista de nuestra cultura pero muy alejado de la verdad.

El llorar es algo positivo debido que liberan hormonas de la  felicidad. 

Una investigación realizada por la Universidad de Yale demostró que al derramar lágrimas el cuerpo libera endorfinas que son unos neurotransmisores que ayudan a crear una sensación de bienestar en nuestro cuerpo.

Algunas razones de vaciar nuestra alma en oración según nos enseña las Escrituras y que dan como resultado las bienaventuranzas del sermón de la montaña son:


El llorar por nuestros pecados

Una primera razón que nos debe llevar a derramar nuestras lágrimas ante Dios es por los pecados propios. El pecado se da cuando fallamos el tiro, cuando nos perdemos en el camino. La teología define el pecado como errar en el blanco, es decir, errar en los pensamientos y deseos que llevan a uno a hacer cosas que están contra los mandatos de Dios.


La carga del pecado en nuestra alma no es buena para nuestra salud tanto física como emocional.

Es por eso que la Biblia nos insta a confesar nuestros pecados ante Dios y de ser necesario los unos con los otros con arrepentimiento de corazón.


El llorar por los pecados de la nación

Otra de las razones importantes por los cuales debemos de llorar de manera especial es por los pecados de los líderes políticos y religiosos de la nación.

La corrupción de los funcionarios públicos, el aumento de la pobreza, la delincuencia de las calles, las mafias organizadas, el narcotráfico, los abortos clandestinos, la injusticia de los jueces entre otros.  

La escritura de 2da de Crónicas 7:14 nos dice:

“si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”.



El llorar por un avivamiento en la tierra

Uno de los mejores ejemplos de clamor por avivamiento en la tierra es Evan Roberts, un joven predicador de Gales quién por más de trece años intercedió en oración y lágrimas para que Dios interviniera sobrenaturalmente en la transformación de su país.

Y Dios le dio grande consolación cuando en el año 1904 se desató el mayor movimiento del Espíritu Santo conocido hasta entonces en la historia de la iglesia contemporánea.

Según la información de la Editorial Diarios de Avivamientos, los alcohólicos abandonaron las cantinas y se volvieron sobrios y padres de familia ejemplares.

Las tabernas cerraron por falta de clientes o cambiaban de rubro. Las prostitutas y personas marginales cambiaron radicalmente de vida, el índice de delitos y criminalidad bajó drásticamente, las comisarías se vaciaron, no había detenciones, los hombres que trabajaban en las minas de carbón se convirtieron y sus caballos tuvieron que ser reeducados por cuanto sus amos cambiaron su vocabulario. Anteriormente estos caballos fueron adiestrados en obedecer órdenes con palabras vulgares.   

En ese contexto de avivamiento también los deportistas, actores de teatro, políticos y personalidades de todos los sectores de la sociedad comenzaron a asistir a los cultos dominicales de las iglesias. Todos querían oír la Palabra de Dios. El avivamiento afectó todas las esferas de la sociedad.

Jesús enseñó que el secreto a la felicidad está en el llorar y hacerlo con lágrimas verdaderas de arrepentimiento, deseando de corazón una vida nueva, positiva y transformada, además de compungirse por una nación que se llene de paz, que se vuelva impregnada de valores prácticos de convivencia pacífica, que exista el amor a Dios y al prójimo y que en lugar de destruirnos o hacernos daño entre nosotros mismos prevalezca el respeto y la tolerancia.

Los que lloran son los bienaventurados. Llorar no es señal de debilidad, llorar es de personas valientes, llenas de compasión, a ellos va dirigida la promesa de Jesucristo que serán felices y recibirán consolación.


Jorge Arévalo

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