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ienaventurados los que lloran, porque
ellos recibirán consolación” (Mateo 5: 4).
Jesús enseñó que el llorar trae consigo
una bienaventuranza. Recuerdo de niño oír a mi padre decir: “los hombres no
lloran”, un típico estereotipo machista de nuestra cultura pero muy alejado de
la verdad.
El llorar es algo positivo debido que
liberan hormonas de la felicidad.
Una investigación realizada por la
Universidad de Yale demostró que al derramar lágrimas el cuerpo libera
endorfinas que son unos neurotransmisores que ayudan a crear una sensación de
bienestar en nuestro cuerpo.
Algunas razones de vaciar nuestra alma en
oración según nos enseña las Escrituras y que dan como resultado las
bienaventuranzas del sermón de la montaña son:
Una primera razón que nos debe llevar a derramar
nuestras lágrimas ante Dios es por los pecados propios. El pecado se da cuando fallamos
el tiro, cuando nos perdemos en el camino. La teología define el pecado como errar
en el blanco, es decir, errar en los pensamientos y deseos que llevan a uno a
hacer cosas que están contra los mandatos de Dios.
Es por eso que la Biblia nos insta a
confesar nuestros pecados ante Dios y de ser necesario los unos con los otros
con arrepentimiento de corazón.
Otra de las razones importantes por los cuales
debemos de llorar de manera especial es por los pecados de los líderes políticos
y religiosos de la nación.
La corrupción de los funcionarios públicos,
el aumento de la pobreza, la delincuencia de las calles, las mafias organizadas,
el narcotráfico, los abortos clandestinos, la injusticia de los jueces entre
otros.
La escritura de 2da de Crónicas 7:14 nos
dice:
“si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”.
El llorar por un avivamiento en la tierra
Uno de los mejores ejemplos de clamor
por avivamiento en la tierra es Evan Roberts, un joven predicador de Gales
quién por más de trece años intercedió en oración y lágrimas para que Dios
interviniera sobrenaturalmente en la transformación de su país.
Según la información de la Editorial
Diarios de Avivamientos, los alcohólicos abandonaron las cantinas y se
volvieron sobrios y padres de familia ejemplares.
Las tabernas cerraron por falta de
clientes o cambiaban de rubro. Las prostitutas y personas marginales cambiaron
radicalmente de vida, el índice de delitos y criminalidad bajó drásticamente,
las comisarías se vaciaron, no había detenciones, los hombres que trabajaban en
las minas de carbón se convirtieron y sus caballos tuvieron que ser reeducados
por cuanto sus amos cambiaron su vocabulario. Anteriormente estos caballos
fueron adiestrados en obedecer órdenes con palabras vulgares.
En ese contexto de avivamiento también los
deportistas, actores de teatro, políticos y personalidades de todos los
sectores de la sociedad comenzaron a asistir a los cultos dominicales de las
iglesias. Todos querían oír la Palabra de Dios. El avivamiento afectó todas las
esferas de la sociedad.
Jesús enseñó que el secreto a la
felicidad está en el llorar y hacerlo con lágrimas verdaderas de arrepentimiento,
deseando de corazón una vida nueva, positiva y transformada, además de compungirse
por una nación que se llene de paz, que se vuelva impregnada de valores prácticos
de convivencia pacífica, que exista el amor a Dios y al prójimo y que en lugar
de destruirnos o hacernos daño entre nosotros mismos prevalezca el respeto y la
tolerancia.
Los que lloran son los bienaventurados. Llorar
no es señal de debilidad, llorar es de personas valientes, llenas de compasión,
a ellos va dirigida la promesa de Jesucristo que serán felices y recibirán consolación.
Jorge Arévalo
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