Demóstenes fue un orador y político de los más destacados de
la historia universal. Nació en Atenas Grecia, el año 384 a. C. y falleció el año 322 a. C. habiendo antes ocupado
el cargo de embajador.
Demóstenes fue huérfano desde los 7 años edad, sus tutores despilfarraron el dinero que su padre dejó para él que lo obligó a vivir en la miseria. No tenía fondos como para ir a una escuela o contratar maestros para su educación.
A los 16 años fue a la Corte y presenció un proceso judicial escuchando y viendo a un tal Calístrato de Afidna que le impresionó con su discurso de defensa. Impactado se puso a estudiar retórica.
Se cree que se hizo alumno de Iseo un gran orador de su tiempo, quién le enseñó a preparar sus primeros discursos. Luego su trabajo fue de redactor. Elaboraba discursos para terceros. Destacó en este oficio y comenzó a tener entre sus clientes a hombres ricos y poderosos.
Pero algo importante para resaltar de Demóstenes era su empeño, su deseo de superar sus deficiencias. Había sido tartamudo por mucho tiempo, por esta causa tenía chapa o apodos como “Ano” o “Víbora”, por su desagradable forma de hablar.
Tenía dificulta de pronunciar la “r” y su estilo de hablar era aburrido y desagradable con frases demasiado largas y argumentos duros y extremamente formales.
El historiador Plutarco refiere que “tenía una debilidad en la voz, un habla extraña y difícil de entender y una falta de aire que, al romper y desenlazar las frases, oscurecía mucho el sentido y el significado de lo que decía”.
Pero Demóstenes no se quedó allí lamentándose de sus defectos, sino que con determinación se dispuso a estudiar y practicar para ser el mejor. A través de un estricto programa decidió mejorar todas sus deficiencias y locución. Trabajó en su dicción, su voz y sus gestos. Este ahínco y entrega que le puso a su preparación le hizo corregir y perfeccionar todas sus fallas e hicieron de su vida una leyenda.
Sólo Dionisio marca un único punto débil de Demóstenes y era su falta de sentido de humor, aunque el destacado pedagogo Quintiliano consideraba aún esta deficiencia como virtud.
En sus discursos y escritos Demóstenes no declaraba ningún asunto sin antes haber estudiado e investigado de manera minuciosa. El resultado fue que cada argumento afirmado por él resultaba ser bien sustentando.
Cicerón dice que Demóstenes le daba más importancia a la forma de sus gestos y al tono de su voz que a su propio estilo.
Hoy en día, los textos de esta leyenda de la oratoria aún son estudiados y aprendidos por filósofos e historiadores reconocidos debido al impacto que continúa generando su composición artística. Durante la edad media y el renacimiento fueron de los más leídos y buscados.
Frieddrich Nietzsche compuso sus frases de acuerdo a los paradigmas de Demóstenes porque admiraba su estilo. Hasta nuestros tiempos han sobrevivido un total 61 de sus discursos.
La Demosthenian Literary Society, sociedad perteneciente a la Universidad de Georgia, ha puesto su nombre en honor a este grande, como un tributo a su superación en la retórica, al perfeccionamiento de su habilidad retórica y a la forma en que mejoró su oratoria.
El Canon Alejandrino lo reconoce como uno de los 10 mayores oradores de la historia. Según Longino el filósofo griego, Demóstenes “perfeccionó al máximo el tono del discurso idealista, pasional, abundante, preparado y rápido”. Cicerón también lo aclamó como “el orador perfecto” al que no lo faltaba nada. Y Quintiliano le elogió como “la norma de la oratoria”.
Demóstenes enfrentó con sus discursos y oratoria al mismísimo Filipos II, rey de Macedonia, padre de Alejandro Magno, que amenazaba con tomar Atenas. Esta coyuntura le dio a Demóstenes un enfoque y una razón de ser en este mundo. Su carrera política fue definida en este punto. Por así decirlo, dicen los entendidos, la historia de Demóstenes es la historia de la política exterior de Atenas.
Resumo y recalco nuevamente algunos puntos determinantes de su vida:
Demóstenes fue huérfano desde los 7 años edad, sus tutores despilfarraron el dinero que su padre dejó para él que lo obligó a vivir en la miseria. No tenía fondos como para ir a una escuela o contratar maestros para su educación.
A los 16 años fue a la Corte y presenció un proceso judicial escuchando y viendo a un tal Calístrato de Afidna que le impresionó con su discurso de defensa. Impactado se puso a estudiar retórica.
Se cree que se hizo alumno de Iseo un gran orador de su tiempo, quién le enseñó a preparar sus primeros discursos. Luego su trabajo fue de redactor. Elaboraba discursos para terceros. Destacó en este oficio y comenzó a tener entre sus clientes a hombres ricos y poderosos.
Pero algo importante para resaltar de Demóstenes era su empeño, su deseo de superar sus deficiencias. Había sido tartamudo por mucho tiempo, por esta causa tenía chapa o apodos como “Ano” o “Víbora”, por su desagradable forma de hablar.
Tenía dificulta de pronunciar la “r” y su estilo de hablar era aburrido y desagradable con frases demasiado largas y argumentos duros y extremamente formales.
El historiador Plutarco refiere que “tenía una debilidad en la voz, un habla extraña y difícil de entender y una falta de aire que, al romper y desenlazar las frases, oscurecía mucho el sentido y el significado de lo que decía”.
Pero Demóstenes no se quedó allí lamentándose de sus defectos, sino que con determinación se dispuso a estudiar y practicar para ser el mejor. A través de un estricto programa decidió mejorar todas sus deficiencias y locución. Trabajó en su dicción, su voz y sus gestos. Este ahínco y entrega que le puso a su preparación le hizo corregir y perfeccionar todas sus fallas e hicieron de su vida una leyenda.
Sólo Dionisio marca un único punto débil de Demóstenes y era su falta de sentido de humor, aunque el destacado pedagogo Quintiliano consideraba aún esta deficiencia como virtud.
En sus discursos y escritos Demóstenes no declaraba ningún asunto sin antes haber estudiado e investigado de manera minuciosa. El resultado fue que cada argumento afirmado por él resultaba ser bien sustentando.
Cicerón dice que Demóstenes le daba más importancia a la forma de sus gestos y al tono de su voz que a su propio estilo.
Hoy en día, los textos de esta leyenda de la oratoria aún son estudiados y aprendidos por filósofos e historiadores reconocidos debido al impacto que continúa generando su composición artística. Durante la edad media y el renacimiento fueron de los más leídos y buscados.
Frieddrich Nietzsche compuso sus frases de acuerdo a los paradigmas de Demóstenes porque admiraba su estilo. Hasta nuestros tiempos han sobrevivido un total 61 de sus discursos.
La Demosthenian Literary Society, sociedad perteneciente a la Universidad de Georgia, ha puesto su nombre en honor a este grande, como un tributo a su superación en la retórica, al perfeccionamiento de su habilidad retórica y a la forma en que mejoró su oratoria.
El Canon Alejandrino lo reconoce como uno de los 10 mayores oradores de la historia. Según Longino el filósofo griego, Demóstenes “perfeccionó al máximo el tono del discurso idealista, pasional, abundante, preparado y rápido”. Cicerón también lo aclamó como “el orador perfecto” al que no lo faltaba nada. Y Quintiliano le elogió como “la norma de la oratoria”.
Demóstenes enfrentó con sus discursos y oratoria al mismísimo Filipos II, rey de Macedonia, padre de Alejandro Magno, que amenazaba con tomar Atenas. Esta coyuntura le dio a Demóstenes un enfoque y una razón de ser en este mundo. Su carrera política fue definida en este punto. Por así decirlo, dicen los entendidos, la historia de Demóstenes es la historia de la política exterior de Atenas.
Resumo y recalco nuevamente algunos puntos determinantes de su vida:
·
Desde joven soñaba con ser un gran orador, lo
cual era una locura debido a su vida pobre y su defecto de ser tartamudo.
·
Era persistente y terco, elementos esenciales para
hacer realidad los milagros.
·
Asistía a oír los discursos de los mejores de
su época, inclusive llegó a presenciar a Platón, uno de los más grandes de la
historia.
·
El primer discurso que dio fue un fiasco, pero
no se desanimó. Hizo oído sordo a las burlas de los de la asamblea. Uno de entre el público le gritó: “Hable más
alto, no se escucha, pon el aire en sus pulmones no en su cerebro”.
·
No abandonó sus sueños. Su fracaso lo consideró
un peldaño para escalar al éxito. Se
decía así mismo: “Tengo que trabajar en mi estilo”.
·
Se aislaba y practicaba hasta muy tarde, casi
hasta el amanecer.
·
Por las tardes acostumbraba a correr por la
playa y gritar al sol con todas sus fuerzas para ejercitar sus pulmones.
·
Por la noche llenaba su boca con piedras y ponía
un cuchillo afilado entre sus dientes
para forzarse a hablar sin tartamudear.
·
Se paraba horas y horas frente al espejo para mejorar
su postura y practicar sus gestos.
Cuando reapareció luego de algunos años a la asamblea,
entre los presentes algunos aún lo recordaban como el que había hecho el
ridículo. Pero apareció otra vez con la excusa de defender la causa de un
fabricante de lámparas a quién sus hijos le querían arrebatar todo su
patrimonio y con el cual se identificaba. Ahora la seguridad, el arte, la
elocuencia y la sabiduría sorprenderían a todos y al mundo entero desde ese entonces.
Su discurso terminó en una ovación interminable y que perduraría a través de
los siglos.
La perseverancia es una ley para el éxito. La actitud ante
los problemas y dificultades determinan el cumplimiento de nuestros sueños.
Jorge Arévalo
Demóstenes, el inquebrantable
Serie: GRANDES ORADORES DE LA HISTORIA
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