Este versículo de la epístola a los Filipenses es uno de los más apreciados por los creyentes especialmente de la América Latina. Pues, la crisis económica por la que atraviesan los países de esta parte del mundo, el desempleo, el excesivo papeleo burocrático para establecer negocios y hacer riquezas, los altos y variados impuestos a pagar al estado no hacen más que desalentar el sueño de aquellos que desean alcanzar prosperidad en su propia tierra.
Por esta razón y otras el texto de Filipenses 4: 19 es muy valorado debido a que de manera
clara, concisa y precisa describe una de las cualidades más particulares del
Dios Creador y es la de ser por excelencia el proveedor de su pueblo.
En el idioma hebreo del Antiguo Testamento encontramos la
misma mención a Dios pero asociado a uno de sus nombres compuestos redentivos:
Jehová Jireh o el “Señor proveerá”.
“Entonces
alzó Abraham sus ojos y miró, y he aquí a sus espaldas un carnero trabado en un
zarzal por sus cuernos; y fue Abraham y tomó el carnero, y lo ofreció en
holocausto en lugar de su hijo. Y llamó Abraham el nombre de aquel lugar,
Jehová proveerá (Heb. Jehová-jireh). Por tanto se dice hoy: En el monte
de Jehová será provisto”.
(Génesis 22: 13-14)
(Génesis 22: 13-14)
Recuerdo que en mis años de juventud viví una experiencia
tan real con este Nombre divino. Uno de esos días negros que pasamos en casa,
que no teníamos nada para comer. Mi padre regresó del trabajo cabizbajo y
triste porque no logró cobrar y no había dinero para comprar la comida del día.
Viendo esa situación me vino la fe a mi
corazón que Dios era capaz de proveernos, así que tomé la canasta de mi madre,
puse dos ollas grandes y salí en busca de alimento.
Tomé la pequeña moto de mi hermana, que a propósito tampoco
tenía combustible para encenderlo y tuve la primera señal del poder del nombre
proveedor de Dios. Ordené con mi autoridad en Cristo que el tanque se llenara
de gasolina. La moto prendió y lo puse en marcha. Un primer milagro del día.
Sentí que Dios me dirigía a la casa de mi pastor, cuando
llegué al lugar, él estaba parado a la puerta, ni bien me vio con la canasta y
las ollas me preguntó donde iba. “Salí por comida, le dije”. Me dijo que tal
vez deseaba arroz que habían preparado en demasía en ese día. “Claro que sí
pastor, le agradezco infinitamente”, respondí. Llenaron una de mis ollas con el
preciado arroz. Segundo milagro.
Ahora sentí que Dios me dirigía a la casa de una de mis
hermanas que vivía ya con su marido, llegando, mi cuñado me ve con las ollas y
me pregunta: “¿A dónde vas?”. “Salí por comida, le respondí”. “Jorge, tal vez
deseas llevar a casa unos ricos pescados que preparamos hoy, no sé por qué tu
hermana preparó bastante”. “Claro que sí cuñado, te agradezco mucho”, le
respondí. Y llenaron mi otra olla de un rico guiso de sudado de gamitana que
estaba como para chuparse los dedos. Tercer milagro de provisión.
Ya con las ollas llenas de comida, regresé a casa, bajando
por la loma de mi calle vi el rostro de mi padre en la ventana de mi casa,
tenía la mirada perdida y pensativa, lo recuerdo perfectamente hasta hoy. Yo
llegué feliz y contento con las ollas llenas y mis hermanas y mi madre me preguntaron:
“¿Cómo lo conseguiste?”. Yo sólo atiné a decírselos: “Jehová Jireh”,
inmediatamente me subí al cuarto, y de rodillas agradecí a Dios por tan
glorioso nombre.
Jorge
Arévalo
FILIPENSES
4: 19
Serie:
“Versículos y pasajes edificantes de la Biblia.
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