“Todos tienen una madre
ninguna como la mía… ”, Es una frase de la canción a “A la sombra de mi madre”
de Leodán. Puedo decir lo mismo de la
mía. Cesárea mi madre que hoy partió a la presencia de Dios fue una persona muy
singular para la vida de todos sus hijos y sus nietos que pudieron disfrutar
algunos años de su dichosa vida, de sus ocurrencias, sus historias y temores. Mi madre fue una mujer que amó a sus
hijos y fue correspondida con creces. Ella nos mantenía unidos a todos lo cual es
algo que continuará siendo. Cesárea tiene el logro de vernos realizados, cada
quién con su propia familia.
El proverbio bíblico hablando
de la mujer impecable dice: “Mujer virtuosa quién la hallará, su estima
sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas”. La vida de mi madre igual
de preciada llega a estar también por encima de cualquier objeto de valor de
este mundo. Sus correcciones, su cuidado, su entrega por todos sus hijos habrá
de recordarse siempre. Ella estará en nuestra memoria por sus nobles hechos
obrados en favor de todos nosotros. Sin duda, mi madre fue el ejemplo de virtud
más cálido que la califica entre las mujeres grandes de este tiempo.
Los días de nuestra edad son
70 y en los más robustos 80 declara el Salmos 90: 10. Se puede entonces contar
a mi madre entre las mujeres fuertes y saludables de esta tierra, ya que vivió hasta pasado los 80. Su larga vida la hace
una mujer bendecida por Dios. El hecho de haber vivido hasta ver a los hijos de
sus hijos y a los hijos de los hijos de sus hijos la convierte en una bienaventurada que no fue avergonzada
por llenar con sus retoños su pequeña aljaba.
Dios siempre la sonrió y la cubrió
con sus ángeles, fue librada de muchos males y accidentes y de eso nos consta.
Vivió para contar aún a sus nietos anécdotas de su encuentro con sirenas,
serpientes y tunches de la selva. Pero en todo esto, Dios siempre estuvo con
ella con un especial cuidado y gracia que sus hijos hoy por fortuna también
heredan.
Fue valiente, mujer guerrera y
más que vencedora. Cuántas veces fue su alma perturbada y avanzó siempre. Los
obstáculos no lo amilanaron. Las críticas y el recelo de otras por sus hermosas
hijas la impulsaban más hacia adelante, sin retroceder, sobreponiéndose a la
adversidad. Nos deja ahora un legado de valor, decisión y arrojo del
cual todos la agradecemos.
Mamita, para todos tus hijos,
abuelita para un sinnúmero de nietos, no es un adiós sino tan sólo un hasta
luego. Porque llegaste mamá a creer en la resurrección lo cual con audacia me
preguntabas. Cristo resucitó y es primicia para todos los que murieron y es
buena noticia para todos los creyentes, te decía. Esta promesa del futuro, lo
escuchaste una y otra vez, y llegaste a creer que un día al final del sonido de
la trompeta celestial, los muertos en Cristo se levantarán de su tumba, de su dulce sueño, porque los creyentes
en Cristo no mueren sino sólo duermen.
Jesús aseguró en Juan 11:
25.27 “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto,
vivirá”
Mamá Cesárea tú vives ahora en
tu nueva patria celestial, contemplando con tus ojos toda la refulgente gloria
de Dios. Has entrado como una heroína al monte de Sión, la Jerusalén celestial,
a la compañía de millares de ángeles, a los espíritus de los justos hechos
perfectos en Cristo, a la sangre que habla mejor que la de Abel. Te has
acercado al propio Dios y a Jesucristo su hijo, para recibir tu galardón y tu
premio. Ya no tendrás más llanto, ni dolor, ni enfermedad ni lágrimas.
Te amaremos por siempre mamá.
Jorge
y hermanas
Jackeline, Dalila, Pérsida, Perla, Kelly, Lorena
y Yessenia.
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