jueves, 9 de agosto de 2018

RESCATE EN LA CIUDAD DE LOS VIENTOS



Manejando la moto en una de esas noches calurosas de la ciudad de Pucallpa buscando la casa de uno de los usuarios de la empresa donde laboraba, fui sorprendido por un tremendo perro callejero, de aspecto feo y monstruoso  que de pronto se abalanzó con toda su rabia sobre mí para morderme. Levantándole la voz le reprendí: “En el nombre de Jesús”. Y el amenazante perro retrocedió emitiendo un gemido de dolor como si alguien le hubiese dado una fuerte patada.

No fui yo por supuesto. Entendí que en el momento de proclamar el nombre de Jesús el ángel del Señor que está al servicio de los hijos de Dios se interpuso entre el perro y yo haciéndome una cerrada defensa.

La Escritura hablando de los ángeles nos dice en Hebreos 1: 14

“¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?”

Y en el Salmos 34: 7: 

“El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen,
Y los defiende”


Señores, ¿Por qué yo creo en Dios?

En el largo proceso de mi vida cristiana, mi relación con Dios ha sido fortalecida vez tras vez por la manifestación continua de su bondad hacia mí vida. He visto el accionar del Padre Celestial especialmente cuando he tenido que salir de viaje o cuando me encontraba en lugares de mucho riesgo. Sus ángeles siempre han acudido en mi protección y continúan haciéndolo aún hoy.

Hace unos meses me encontraba en Chicago, Estados Unidos, la última noche de mi estadía, fui en el tren de la ciudad con dirección a la estación central donde debía de tomar el inter estatal que me llevaría a la ciudad de New Orleans. Pero sucedió que bajé en la estación equivocada, en una vía donde sólo había rieles. Y estaba nevando.

Esperar el próximo tren implicaba estar como una hora a la intemperie con el intenso frío de la temporada (para los que no conocen Chicago, estar sólo un minuto fuera sin calefacción ya es muy terrible para el cuerpo y la salud de uno).

No podía esperar por todo ese tiempo ya que mi tren a la ciudad de los Jazz salía en 45 minutos. Tenía que avanzar a como dé lugar. Decidí bajar por las escaleras del pasadizo de la estación que me sacaba a una autopista donde pensé tomar un taxi que me llevara a la estación central.

Pasaban los minutos y no había ninguno disponible. Todos los que pasaban eran de los particulares. Mi celular no tenía el chip del país como para llamar un Uber, o a mi amigo donde me hospedé para que venga a verme al lugar donde estaba, no había wifi en la zona.

Temblando por el frío comencé a orar al Señor pidiéndole perdón y misericordia por atreverme a salir sólo en una ciudad tan grande como Chicago que poco conocía. Le pedí a Dios que me salvara, que me sacara del lugar y me ayude a llegar a la central para no tener que perder mi viaje.

En eso veo un señor que reparaba la llanta de su carro (pues justo, preciso, oportuno para mí se le había pinchado), me acerco donde él tratando de hablarle en inglés y explicarle mi problema. “No se preocupe”, me dijo. “Puedo entender todo lo que me dices”. “Espérame un ratito que yo le llevo a la estación”. Aliviado le di las gracias por su amabilidad.

Pasaron unos minutos y tenía ya listo su carro y con la calefacción dentro, me repuse rápidamente del escalofrio que mi cuerpo estaba empezando a sentir.

Me llevó hasta la estación central, bajó mis maletas, mi tren salía en 5 minutos. Saqué la billetera de mi bolsillo para pagarle, le pregunté  “¿cuánto es el servicio?”. “Nada, no te cuesta nada”. “Vale la pena servir, porque siempre hay recompensa de Dios”, me dijo.

Sorprendido por su generosidad y mirándole detenidamente a los ojos le contesté: “Tú eres mi ángel”. Bajando el rostro sin decirme nada y como descubierto rápidamente subió a su carro y se marchó.

Ufff, alabé a Dios por enviar su auxilio en esta circunstancia y rescatarme del peligroso frío de la ciudad de los vientos.



Jorge Arévalo
RESCATE EN LA CIUDAD DE LOS VIENTOS
Serie: “Ángeles”

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