Falacia
de cambio es una forma de pensar que perturba nuestra mente donde uno llega a
creer que su bienestar depende de los actos de los demás, que son los otros
quienes deben de cambiar para entonces ser feliz.
De reciprocidad
Ejemplos:
"La
relación de mi matrimonio solo mejorará si cambia mi mujer"
“Si mis
padres cambiaran, entonces yo sería feliz”
“Si todos en
esta oficina actuaran diferentes, entonces yo podría hacer un mejor trabajo”
“Si la
crisis se acaba yo estaré bien, encontraré trabajo y tendré ganas de seguir
adelante y buscar salidas”.
Las palabras
claves en esta categoría de pensamientos erróneos son: "Si cambias… entonces yo…”, "Si tal cambiara tal cosa, entonces yo podría
tal cosa".
Refutando esta falacia
Es
un error hipotecar nuestra felicidad a algo que no depende de nosotros como
esperar que cambie la esposa, los padres, el jefe, o la crisis se aleje. Sería
más acertado pensar: “La situación es lo que es pero yo voy a tratar de hacer
algo para que esta situación cambie. Empezaré a dar amor para recibir amor,
dejaré de juzgar para no ser juzgado. Es decir, usted es el que tiene tomar la
iniciativa del cambio y esperar con paciencia que la ley de la reciprocidad
obre sus frutos.
Pensamientos bíblicos
para contrarrestar estos pensamientos:
De reciprocidad
“Haz
a los demás todo lo que quieras que te hagan a ti. Esa es la esencia de todo lo
que se enseña en la ley y en los profetas”
(Mateo
7:12)
“Dad,
y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro
regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir”
(Lucas
6:38)
“Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os
maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y
os persiguen”
(Mateo 5:44)
“Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No
hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos
solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? “
(Mateo 5: 46-47)
“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”
(1 Juan 4:19)
“No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis
condenados; perdonad, y seréis perdonados”
(Lucas 6:37)
Una bonita
historia de reciprocidad
Su nombre era Fleming, un granjero escocés pobre. Un día, mientras
intentaba ganar el pan para su familia, oyó un lamento pidiendo ayuda que provenía
de un pantano cercano.
Dejó caer sus herramientas y corrió
hacia el lugar. Allí encontró, hundido hasta la cintura, dentro del estiércol
húmedo y negro del pantano, a un muchacho aterrorizado, gritando y esforzándose
por liberarse.
El granjero Fleming salvó al
muchacho de lo que podría haber sido una agonía lenta y espantosa.
Al día siguiente, llegó a la granja
un carruaje muy ostentoso que traía a un noble, elegantemente vestido, que bajó
y se presentó como padre del muchacho salvado por el granjero Fleming.
—Quiero recompensarlo —dijo el
noble—. Usted salvó la vida de mi hijo.
—No, yo no puedo aceptar un pago por lo que hice. Era mi deber —contestó el granjero escocés.
—No, yo no puedo aceptar un pago por lo que hice. Era mi deber —contestó el granjero escocés.
En ese momento, el hijo del
granjero se acercó a la puerta de la cabaña.
—¿Ese que asoma ahí es su hijo?
—preguntó el noble.
—Sí —contestó el granjero orgulloso.
—Le propongo entonces hacer un trato. Permítame proporcionarle a su hijo el mismo nivel de educación que mi hijo recibe. Si el muchacho se parece a su padre no dudo que crecerá hasta convertirse en el hombre del que ambos estaremos orgullosos.
—Sí —contestó el granjero orgulloso.
—Le propongo entonces hacer un trato. Permítame proporcionarle a su hijo el mismo nivel de educación que mi hijo recibe. Si el muchacho se parece a su padre no dudo que crecerá hasta convertirse en el hombre del que ambos estaremos orgullosos.
Y el granjero aceptó.
El hijo del granjero Fleming
asistió a las mejores escuelas y luego de un tiempo se graduó en la Escuela
Médica del Saint Mary’s Hospital, en Londres, convirtiéndose en un renombrado
científico conocido en todo el mundo por el descubrimiento que revolucionó el
tratamiento de las infecciones: la penicilina.
Años después, el hijo del mismo
noble que fue salvado de la muerte en el pantano enfermó de pulmonía. ¿Qué
salvó su vida esta vez? La penicilina, ¡¡¡por supuesto!!!
¿El nombre del noble? Sir Randolph
Churchill…
¿El nombre de su hijo? Sir Winston Churchill.
¿El nombre de su hijo? Sir Winston Churchill.
Jorge Arévalo
"SI CAMBIAS… ENTONCES
YO…”
Serie: Pensamientos que perturban
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