Introducción
Desde que eran niños transmití
oralmente a mis hijos mis experiencias
sobrenaturales con Dios y sus ángeles. Yo los vi gozarse, aprender y abrir su
mente para ellos también confiar en el Creador en sus momentos de peligro y necesidad. A la verdad siempre pretendí escribir acerca de estas experiencias de rescate y salvación divina que para mí tienen un significado muy especial y es poder afirmar sin duda alguna que Dios el ser único y perfecto me ama tanto como a ti.
El título que escogí para este libro es “Ángeles” y narraré cada suceso en que vi el mover de estos seres celestiales invisibles pero que se hacen visibles y tangibles a través de personas que ellos usan para venir en tu ayuda y protección.
Espero lo disfrutes.
1
Empezaré con una anécdota que
me sucedió en la selva peruana, en una de las misiones de mi iglesia a que
acudía cuando aún era muy joven. Un motor peque peque impulsaba nuestro pequeño
barco por sobre el canto de las aguas del marañón en una noche de cielo nublado.
Íbamos sobre ella el pastor y su esposa, un grupo de damas de la iglesia y dos aún
muy jóvenes: Mauricio y yo.
Aconteció que mientras disfrutábamos del viaje de pronto comenzó a caer un torrente aguacero que con una embarcación sin techo fuimos obligados a parar a la orilla de un despoblado caserío, había cerca por un caminito sólo una casa con unos lamparines de kerosene encendidos que señalaban que había una familia en el lugar.
Nuestro pastor corrió delante hacia el albergue de la choza para solicitar el asilo para nosotros sólo por esa noche para poder descansar algo mientras pase la fuerte lluvia. Bien pronto los anfitriones oyeron la voz del pastor lo reconocieron y fuimos bien recibidos en casa, era una oscura noche, tenebrosa y sin estrellas.
Siempre había oído de mi madre y mi abuela hablar de los tunches (el alma errante que deambula en pena por los caminos y trochas de la selva), y que va anunciando su llegada con un silbido que su volumen aumenta a medida que se va acercando. No puedes correr, porque te paraliza y si estás dormido te da pesadilla.
Bueno, este es lo mejor de la historia. Los pastores y el grupo de hermanas fueron hospedados en el altillo de la choza mientras Mauricio y yo tuvimos que tender nuestros mosquiteros en la parte baja de la casa encima de unas tablas que fungían de colchón.
El silbido del tunche era cada vez más fuerte y lo sentíamos ya en la huerta. Dije a Mauricio que era la hora de orar con poder para enfrentar al maligno ese. De pronto empecé a sentir que mi cuerpo paralizaba, me estaba dando la pesadilla estando aún despierto. Sin poder pronunciar palabra alguna tan sólo en mi mente exclamaba: “La sangre de Cristo tiene poder” “La sangre de Cristo tiene poder”, y en mi mente lo repetía una y otra vez. En eso, con la poca luz que daba el lamparín logré ver a un pato venir volando directo hacia mi mosquitero, entendí que era el tunche que se metió en el cuerpo del animal y le puso a volar directo hacia mí, venía en el aire, a cien por hora, con el pico enfilado como una espada, yo lancé un grito pero no de terror, fue un grito de exclamación, dije: “En el noooooooooooooooombre de Jesús”, y en eso, como si hubiera descendido una pared, un muro fortificado en medio de entre el endemoniado pato y yo e hizo que el agresor pasara por arriba de mi cubierta sin poder alcanzar su objetivo que seguro era infringirme algún daño. El pato fue a parar a otro lado y Mauricio y yo estando a salvo y ya aliviados sólo atinamos a dar gracias a Dios, el hacedor que envía sus ángeles que toman muchas veces formas invisibles de muros inexpugnables que te protegen y se ponen en medio de entre nosotros y el enemigo para cuidarnos de parte de Dios.
Aconteció que mientras disfrutábamos del viaje de pronto comenzó a caer un torrente aguacero que con una embarcación sin techo fuimos obligados a parar a la orilla de un despoblado caserío, había cerca por un caminito sólo una casa con unos lamparines de kerosene encendidos que señalaban que había una familia en el lugar.
Nuestro pastor corrió delante hacia el albergue de la choza para solicitar el asilo para nosotros sólo por esa noche para poder descansar algo mientras pase la fuerte lluvia. Bien pronto los anfitriones oyeron la voz del pastor lo reconocieron y fuimos bien recibidos en casa, era una oscura noche, tenebrosa y sin estrellas.
Siempre había oído de mi madre y mi abuela hablar de los tunches (el alma errante que deambula en pena por los caminos y trochas de la selva), y que va anunciando su llegada con un silbido que su volumen aumenta a medida que se va acercando. No puedes correr, porque te paraliza y si estás dormido te da pesadilla.
Bueno, este es lo mejor de la historia. Los pastores y el grupo de hermanas fueron hospedados en el altillo de la choza mientras Mauricio y yo tuvimos que tender nuestros mosquiteros en la parte baja de la casa encima de unas tablas que fungían de colchón.
El silbido del tunche era cada vez más fuerte y lo sentíamos ya en la huerta. Dije a Mauricio que era la hora de orar con poder para enfrentar al maligno ese. De pronto empecé a sentir que mi cuerpo paralizaba, me estaba dando la pesadilla estando aún despierto. Sin poder pronunciar palabra alguna tan sólo en mi mente exclamaba: “La sangre de Cristo tiene poder” “La sangre de Cristo tiene poder”, y en mi mente lo repetía una y otra vez. En eso, con la poca luz que daba el lamparín logré ver a un pato venir volando directo hacia mi mosquitero, entendí que era el tunche que se metió en el cuerpo del animal y le puso a volar directo hacia mí, venía en el aire, a cien por hora, con el pico enfilado como una espada, yo lancé un grito pero no de terror, fue un grito de exclamación, dije: “En el noooooooooooooooombre de Jesús”, y en eso, como si hubiera descendido una pared, un muro fortificado en medio de entre el endemoniado pato y yo e hizo que el agresor pasara por arriba de mi cubierta sin poder alcanzar su objetivo que seguro era infringirme algún daño. El pato fue a parar a otro lado y Mauricio y yo estando a salvo y ya aliviados sólo atinamos a dar gracias a Dios, el hacedor que envía sus ángeles que toman muchas veces formas invisibles de muros inexpugnables que te protegen y se ponen en medio de entre nosotros y el enemigo para cuidarnos de parte de Dios.
Jorge Arévalo
El pato endemoniado
Serie: “Ángeles”
El pato endemoniado
Serie: “Ángeles”
Excelente me encantó
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