Estando cerca para entrar al
río Corrientes, que nos llevaría a Villa Trompeteros, mi grupo de jóvenes y yo que
sumábamos ocho, subimos al techo de la lancha a disfrutar del atardecer de la
selva, y allí cantábamos al Creador nuestras alabanzas acompañados de una sencilla
guitarra. Estirado en el piso con mi mirada puesta en el cielo contemplaba cada
nube, cada aparición de alguna estrella y el ocaso del sol amazónico.
En eso sucedió algo inesperado, fuimos cubiertos de la nada por una gran neblina que vino mezclado con una suave lluvia que empezaba a mojarnos. Nos dispusimos entonces a bajar al piso donde teníamos amarrados nuestras hamacas. En eso, aún sobre el techo del barco, comencé a oír un sonido como de un cerdo “¡oenc, oenc! ¡oinc, oinc!.” Un cerdo en el techo, no lo habíamos visto. Había poca visibilidad por lo de la neblina. Y para sorpresa mía el sonido de cerdo venía de uno de los jóvenes que estaba entre nosotros que coquicheaba como poseído por el inmundo.
Dirigió su mirada hacia mí, y haciendo gestos horribles en la cara como el de la joven de la película “el exorcista” empezó a amenazarme con sus palabras: “Yo te voy a destruir, te espero en el río corrientes”, me decía. Uno de mis jóvenes quiso tomarlo de uno de sus brazos, y casi gritándole le dije que no lo hiciera. Había visto ya en algunas ocasiones otros endemoniados estando al frente del ministerio juvenil, que tienen una tremenda fuerza que cuatro o cinco hombres no los pueden controlar. Temía que pudiera haberle agarrado del brazo y ecchado al río, quién lo sacaría de ahí, con neblina, mas el motor del barco en marcha y con las bravas aguas del marañón.
Organicé a mis jóvenes, les dije que vamos a orar, pero que haríamos una oración de guerra espiritual estratégica. Éramos siete ahora: Uno debía orar con el entendimiento pidiendo a Dios Padre que librara al joven del demonio. Otro debía proferir con fuerza “La sangre de Cristo de poder”, otro cantar alabanzas, otro orar en el espíritu de las lenguas carismáticas, otro proclamar versos de la Palabra de Dios que es como una espada de doble filo para el enemigo, otro dirigir la mirada con amor al endemoniado y finalmente yo como líder del grupo debía tomar la autoridad en el “nombre de Jesús” y reprender al espíritu maligno del muchacho y ordenar que callara y saliera de su cuerpo pero sin causarle daño alguno y demandé que los ángeles de Dios vinieran en nuestra protección.
El joven ministrado cayó al piso, y despertó consciente. Ya estando liberado y mirando nuestros rostros dijo: ¿Qué me ha pasado? ¿Por qué estoy mojado?. Instruí a mis jóvenes que no dijeran nada para no avergonzarle. Y hasta ahora le mantuvimos el secreto.
En eso sucedió algo inesperado, fuimos cubiertos de la nada por una gran neblina que vino mezclado con una suave lluvia que empezaba a mojarnos. Nos dispusimos entonces a bajar al piso donde teníamos amarrados nuestras hamacas. En eso, aún sobre el techo del barco, comencé a oír un sonido como de un cerdo “¡oenc, oenc! ¡oinc, oinc!.” Un cerdo en el techo, no lo habíamos visto. Había poca visibilidad por lo de la neblina. Y para sorpresa mía el sonido de cerdo venía de uno de los jóvenes que estaba entre nosotros que coquicheaba como poseído por el inmundo.
Dirigió su mirada hacia mí, y haciendo gestos horribles en la cara como el de la joven de la película “el exorcista” empezó a amenazarme con sus palabras: “Yo te voy a destruir, te espero en el río corrientes”, me decía. Uno de mis jóvenes quiso tomarlo de uno de sus brazos, y casi gritándole le dije que no lo hiciera. Había visto ya en algunas ocasiones otros endemoniados estando al frente del ministerio juvenil, que tienen una tremenda fuerza que cuatro o cinco hombres no los pueden controlar. Temía que pudiera haberle agarrado del brazo y ecchado al río, quién lo sacaría de ahí, con neblina, mas el motor del barco en marcha y con las bravas aguas del marañón.
Organicé a mis jóvenes, les dije que vamos a orar, pero que haríamos una oración de guerra espiritual estratégica. Éramos siete ahora: Uno debía orar con el entendimiento pidiendo a Dios Padre que librara al joven del demonio. Otro debía proferir con fuerza “La sangre de Cristo de poder”, otro cantar alabanzas, otro orar en el espíritu de las lenguas carismáticas, otro proclamar versos de la Palabra de Dios que es como una espada de doble filo para el enemigo, otro dirigir la mirada con amor al endemoniado y finalmente yo como líder del grupo debía tomar la autoridad en el “nombre de Jesús” y reprender al espíritu maligno del muchacho y ordenar que callara y saliera de su cuerpo pero sin causarle daño alguno y demandé que los ángeles de Dios vinieran en nuestra protección.
El joven ministrado cayó al piso, y despertó consciente. Ya estando liberado y mirando nuestros rostros dijo: ¿Qué me ha pasado? ¿Por qué estoy mojado?. Instruí a mis jóvenes que no dijeran nada para no avergonzarle. Y hasta ahora le mantuvimos el secreto.
Jorge Arévalo
GUERRA EN LA NEBLINA
Serie: “Ángeles
GUERRA EN LA NEBLINA
Serie: “Ángeles
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